Si bien el incremento del consumo de bienes y servicios es expresión de bienestar y motor de la economía, también es el causante de la inflación: uno de los fenómenos más temido por los economistas.
La inflación representa todo lo malo de una economía: pérdida de poder adquisitivo de la moneda, y en consecuencia de los salarios y pensiones que se mantienen fijos durante todo el año; pérdida de la rentabilidad del sector financiero, cuando los créditos se pactan a tasas fijas, o quiebra de los deudores cuando son a tasa variable; desconfianza, especulación comercial, y pérdida de competitividad, entre otros.
Contrario a la inflación, la revaluación (o devaluación del dólar) representa lo bueno, al menos para los consumidores: fortalece el poder adquisitivo del peso y hace más asequible los bienes y servicios.
Si no fuera por las políticas restrictivas del comercio internacional los efectos se compensarían: es decir, si todos los bienes y servicios fueran importados –un hipotético imposible e indeseable- la revaluación produciría el efecto contrario al de la inflación, y de no ser por su impacto sobre el empleo, incrementaría el bienestar.
Si sumamos los dos fenómenos -ya que se están presentando en simultaneidad- se observa que mientras las importaciones se abaratan (electrodomésticos, automotores y tecnología en general) nuestros bienes y servicios se encarecen y pierden competitividad, no solo en el mercado domestico, también en el exterior.
El Banco de la República, con sus instrumentos típicamente monetarios, no sólo no logra detener la inflación y le pone un freno al crecimiento económico y a la generación de empleo, sino que estimula el ingreso de dólares y la revaluación con el diferencial de tasas.
Los instrumentos, pues, no son del banco central -las tasas o las intervenciones del mercado cambiario- sino gubernamentales: los aranceles.
En estos tiempos y para estos países, el mejor regulador de ambos fenómenos (inflación y revaluación) es la importación no solo de bienes de capital, sino de todos aquellos de consumo cuyos precios se disparen.
Si el objetivo es mantener o mejorar el poder adquisitivo de los colombianos sin destruir empleo ni competitividad, se tendrá que actuar de manera decisiva sobre las importaciones para balancear la oferta y la demanda, y enviar señales de precios internacionales a nuestros productores. Cambió el paradigma y los economistas incrustados en la burocracia central no lo han notado.
Sólo estimulando las importaciones mediante la eliminación de aranceles, en unos casos, y mediante la eliminación de barreras que permita el ingreso de nuevos competidores, en otros; y facilitando mediante normas y acuerdos entre países el crédito individual en el exterior -en el caso de los créditos bancarios- se podría neutralizar los altibajos de la economía. En resumen, con la aprobación del TLC.
De lo contrario, la inflación seguirá, y sus efectos sobre los créditos hipotecarios pactados en UVR terminarán reproduciendo la crisis del UPAC y quebrando a los deudores. Y el incremento de las tasas del Banco de la República, frenando el empuje de la construcción, destruyendo empleo, y quebrando a la Nación por cuenta de los subsidios a los exportadores, culpa de la revaluación.
Por Miguel Yances Peña. Columnista de El Universal de Cartagena.
myances@msn.com
La inflación representa todo lo malo de una economía: pérdida de poder adquisitivo de la moneda, y en consecuencia de los salarios y pensiones que se mantienen fijos durante todo el año; pérdida de la rentabilidad del sector financiero, cuando los créditos se pactan a tasas fijas, o quiebra de los deudores cuando son a tasa variable; desconfianza, especulación comercial, y pérdida de competitividad, entre otros.
Contrario a la inflación, la revaluación (o devaluación del dólar) representa lo bueno, al menos para los consumidores: fortalece el poder adquisitivo del peso y hace más asequible los bienes y servicios.
Si no fuera por las políticas restrictivas del comercio internacional los efectos se compensarían: es decir, si todos los bienes y servicios fueran importados –un hipotético imposible e indeseable- la revaluación produciría el efecto contrario al de la inflación, y de no ser por su impacto sobre el empleo, incrementaría el bienestar.
Si sumamos los dos fenómenos -ya que se están presentando en simultaneidad- se observa que mientras las importaciones se abaratan (electrodomésticos, automotores y tecnología en general) nuestros bienes y servicios se encarecen y pierden competitividad, no solo en el mercado domestico, también en el exterior.
El Banco de la República, con sus instrumentos típicamente monetarios, no sólo no logra detener la inflación y le pone un freno al crecimiento económico y a la generación de empleo, sino que estimula el ingreso de dólares y la revaluación con el diferencial de tasas.
Los instrumentos, pues, no son del banco central -las tasas o las intervenciones del mercado cambiario- sino gubernamentales: los aranceles.
En estos tiempos y para estos países, el mejor regulador de ambos fenómenos (inflación y revaluación) es la importación no solo de bienes de capital, sino de todos aquellos de consumo cuyos precios se disparen.
Si el objetivo es mantener o mejorar el poder adquisitivo de los colombianos sin destruir empleo ni competitividad, se tendrá que actuar de manera decisiva sobre las importaciones para balancear la oferta y la demanda, y enviar señales de precios internacionales a nuestros productores. Cambió el paradigma y los economistas incrustados en la burocracia central no lo han notado.
Sólo estimulando las importaciones mediante la eliminación de aranceles, en unos casos, y mediante la eliminación de barreras que permita el ingreso de nuevos competidores, en otros; y facilitando mediante normas y acuerdos entre países el crédito individual en el exterior -en el caso de los créditos bancarios- se podría neutralizar los altibajos de la economía. En resumen, con la aprobación del TLC.
De lo contrario, la inflación seguirá, y sus efectos sobre los créditos hipotecarios pactados en UVR terminarán reproduciendo la crisis del UPAC y quebrando a los deudores. Y el incremento de las tasas del Banco de la República, frenando el empuje de la construcción, destruyendo empleo, y quebrando a la Nación por cuenta de los subsidios a los exportadores, culpa de la revaluación.
Por Miguel Yances Peña. Columnista de El Universal de Cartagena.
myances@msn.com
1 comentarios:
3 Comments:
At <$Comentarios$>, Camilo Andrés
LLegó el final de POLO democrático, El BRAZO POLÍTICO DE LAS FARC
At <$Comentarios$>, UltraninjaReloaded
Todo es culpa de los mamertos del Polo democratico.
At <$Comentarios$>, jaime ruiz
Imprescindible este escrito de Iván Márquezpara que se vea qué hay detrás de las sentencias de la Corte Suprema de "Justicia" y hasta qué punto Mico Mandante roba a los venezolanos para enriquecer a unos tinterillos aún más despreciables que él.
Publicar un comentario