martes, 9 de junio de 2009

Agresividad

No es sólo el atraco, la violencia física, y en su grado máximo el asesinato; la agresividad se siente por todas partes en un irrespeto permanente y generalizado hacia los demás.

En la vía, todos compiten de manera agresiva y riesgosa por estar un puesto adelante; las motos se cruzan frente a los vehículos en marcha, los adelantan por la izquierda o por la derecha, se filtran entre dos, o entre éstos y el margen de la vía; y los buses –excesivos en cantidad- imponen la “autoridad” que les da el mayor tamaño. En los hogares la agresividad es propiciada por los padres y reproducida por los hijos, en los colegios (ya se conoce un caso en la universidad) por los superiores, es decir por quienes enseñan y multiplican el fenómeno.

Y se perdió del todo la vergüenza de ser descubierto en irregularidades, éticas y/o legales; todo se vale para sacar ventaja –dicen que la competitividad- mientras no queden pruebas judicializables. Los acuerdos se incumplen y la palabra se irrespeta. Los negocios se hacen con la “trampa” preconcebida, y al ser descubierta se usa el arma porque no hay confianza en la justicia.

En general en las relaciones interpersonales se percibe agresividad, manipulación e intolerancia. Los individuos se han convertido en útiles que producen beneficio a los demás, y son “importantes”; daño y son temidos; o inocuos y son pisoteados. El que tiene una posición de poder, lo usa sin ningún recato para ganar respeto (como si no proviniera de su condición humana) y vengarse de los enemigos; el que posee una condición física o intelectual superior, igual; y el que tiene un arma, o dinero con que pagar un sicario, dispara. Es la ley de la selva.

Así no era esta ciudad hace apenas medio siglo Algo la cambió. Muchas cosas la han cambiado: quizás el valor supremo del dinero, que trajo consigo el narcotráfico; el turismo y la globalización, que propicia el intercambio con otras culturas; el mal ejemplo -que ya no es posible ocultar- de los dirigentes; las necesidades crecientes -básicas unas y superfluas otras- que impone el desarrollo, la publicidad y los medios de comunicación; la brecha social; la falta de oportunidades y de empleo bien remunerado; el éxodo del campo a las ciudades, la desmovilización y la reinsersión de individuos enseñados a obtener con las armas; las limitaciones que imponen las autoridades al trabajo honesto -por informal- sin procurar la creación de nuevas fuentes de empleo, y mejor remuneración; y la politiquería y el mal gobierno, entre muchas mas.

La agresividad es propia de la inconformidad frente a la impotencia de lograr con un esfuerzo razonable, mejores condiciones de vida, deseándolo: es una expresión de la desesperación y la infelicidad.

La ciudadanía propone toda clase de medidas: pide la cabeza del director de la policía y pellizca a la máxima autoridad distrital; exige militarizar la ciudad, eliminar los parrilleros de las motos, bajarles el cilindraje, prohibirlas, eliminar la obligación de llevar casco, o de portar armas, entre otras. Pero ni se puede, ni se debe hacer todo lo que se propone, en muchos casos el mal sería peor, y en otros inocuo. La solución en parte es cultural, y la cultura se cambia con adelantos tecnológicos, educación y buen ejemplo: sólo en último caso con represión.

Por Miguel Yances Peña. Columnista de El Universal de Cartagena.
myances@msn.com

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