Me llamó mucho la atención leer en un
artículo de Plinio Apuleyo Mendoza sobre el escándalo de las escuchas ilegales atribuidas al DAS y publicado en el
ABC un párrafo como éste:
Gracias a Felipe, conocí escandalosas injusticias presentadas como revelaciones por revistas como «Semana» (de la cual fui su primer director hace 25 años) y «Cambio». Pedí a sus directores, buenos y honestos amigos míos, rectificar lo publicado por ellos, y siempre me escucharon. Sabía dónde estaban los falsos testimonios.
Es una constante en los escritos de Mendoza. ¿De veras podemos creer que los directores de Semana y Cambio son honestos? Lo mismo leí alguna vez sobre los entonces director y editor general de El Tiempo, señores Santos y Pombo. Pero la atribución de miras elevadas a cualquiera que tenga un alto nivel social o intelectual parece una pasión de este autor. Por ejemplo, en un escrito de hace muchos años sobre las causas de la adhesión de los intelectuales hispanoamericanos al comunismo se lee:
Sartre no hizo esta apostasía. Apenas vio petrificarse en una casta burocrática el socialismo a la soviética, optó por apoyar otros desvaríos: el maoísmo y el tercermundismo más agreste. "Me produjo fiebre -recuerda hoy el escritor y periodista francés Jean Daniel, a propósito del prólogo escrito por Sartre al libro Los condenados de la tierra de Frantz Fanon- leer aquello de que un colonizado no podía encontrar su salvación sino en el asesinato de un colono y un negro, en el de un blanco".
Me apresuro a decir que no era el suyo un caso de deshonestidad. Sartre fue un hombre profundamente honesto. También lo era Julio Cortázar, a quien conocí de cerca: cándido y honesto. Simplemente el francés y el argentino, como muchos europeos y muchos intelectuales latinoamericanos, fueron seducidos por una utopía intelectual que parecía condenar a una muerte cierta a la democracia liberal y la economía de mercado y pintaba con trazos luminosos el camino hacia una sociedad sin clases. No veían ellos, pues, la realidad deplorable de un sistema, sino su exaltación ideológica.
Se puede empezar con Sartre, ¿quién va a creer que sea deshonesto? Que el colonizado mate al colono y el negro al blanco, es lo que se dice la reflexión de un hombre honrado, recto, lo que se dice un justo. Y eso por no hablar de la Revolución cultural china, que le produjo un enorme entusiasmo: los jóvenes inspirados por la lectura del Libro rojo persiguiendo a los funcionarios señalados por los representantes del Gran Timonel, ¿cómo iba a ser una imagen semejante resistible para un hombre honesto? Yo no sé si Sartre conoció los logros de la Kampuchea Democrática, pero estoy seguro de que en su honradez los habría aplaudido.
Respecto de Cortázar se puede decir lo mismo: si alentaba el crimen y propalaba las mismas falacias que se oyen y leen hoy en día en los medios de los amigos del terrorismo, no era porque tuviera un cálculo perverso sobre su popularidad y sus regalías, sino porque le entusiasmaba un mundo justo en el que los escritores como él recibían el halago de las multitudes (el mayo de 1968 lo convirtió en una superstar) y eran automáticamente amigos de los nuevos gobernantes. ¿Por qué no iban a ser éstos honestos? Tanto los Castro como los Ortega eran respetuosos y acogedores con Cortázar, y aun lo admiraban.
La última novela de Cortázar, Libro de Manuel trata sobre un grupo de revolucionarios argentinos que preparan el secuestro de un responsable de la represión. La publicación de esa obra en Argentina en 1974, en plena efervescencia de las guerrillas urbanas del ERP y los Montoneros fue un gran acontecimiento, y sin duda tuvo que ver en la oleada de terror y caos que preparó el camino a la dictadura de Videla. La candidez del hombre tuvo mucho que ver en el sacrificio de muchos jóvenes que se afiliaron a las bandas criminales seducidos por una retórica historicista más parecida a la de la Falange de lo que sus promotores quisieran. (Claro que al ser leído esto por colombianos no se entenderá nada: ¿quién va a ocuparse de leer la retórica de la Falange? Si algo es sinónimo de "primitivismo" es "prejuicio".)
Tanto en esa novela como en otros textos Cortázar suscribía lindezas como ésta, atribuida a la esposa de un líder de la guerrilla urbana brasileña:
Es necesario darse cuenta de que la violencia-hambre, la violencia-miseria, la violencia-opresión, la violencia-subdesarrollo, la violencia-tortura, conducen a la violencia-secuestro, a la violencia-terrorismo, a la violencia-guerrilla; y que es muy importante comprender quién pone en práctica la violencia: si son los que provocan la miseria o los que luchan contra ella...
Lo que se dice un modelo de honradez. El genial escritor no era capaz de comprender que dar golpes de Estado para apropiarse de todo y someter a la población no son formas muy correctas de luchar contra la miseria. Para él, en su candidez, bastaba la retórica, el proclamarse enemigos de la miseria y atribuirla a otros. Pero abundan los ejemplos de su adhesión al régimen cubano, para el que escribió los más exaltados ditirambos, incluso mucho después de que se conocieran los campos de concentración y la persecución a los escritores disidentes.
Ante esos ejemplos de honestidad uno se puede quedar pensando ¿quién podrá ser deshonesto? Si esos grandes sabios reconocidos unánimemente y de indiscutible inteligencia se entusiasman con un proyecto histórico que empieza secuestrando y matando gente y termina encarcelando y matando gente en masa, ¿qué responsabilidad podrán tener los que los siguen? Ahí se llega a un viejo tema colombiano: quien termina el bachillerato no presta el servicio militar, quien acaba la universidad no puede delinquir, quien es de buena familia no puede ser inmoral. Esa concepción ciertamente corresponde al origen social de Plinio Apuleyo Mendoza, pero también tiene que ver con su propia trayectoria. Por ejemplo, en una columna reciente en El Tiempo asegura:
Es muy probable, por ello, que quienes defendemos a los militares injustamente acusados apoyamos a Uribe, no creemos en el diálogo ni en la santidad del Polo Democrático o la de Colombianos por la Paz, seamos vistos compasivamente como exponentes de una obstinada derecha. Ideas de viejos o de godos, deben pensar. Pero los entiendo, qué caray. También yo pasé por ahí. Quizás fui aún más lejos. Cuando era dirigente de las Juventudes del MRL envié a Cuba, para adoctrinarlos, a más de cuarenta muchachos. Y varios de ellos, al regresar, crearon el Eln.
Lo primero que uno siente como una prueba de un cinismo inconcebible es que los amigos de Plinio A. Mendoza que dirigen El Tiempo, Semana y Cambio crean en la santidad del PDA. Pero él los comprende, ya que él mismo vivió con los ojos vendados hasta los cuarenta años. Es que al paso que vamos los únicos deshonestos somos los que leemos los escritos de esos filántropos y les encontramos el casi abierto interés en el retorno de las masacres y la recuperación de las FARC.
La verdad es que como persona próxima a la cúspide del poder político en la Colombia de mediados del siglo XX, Mendoza habrá pasado su juventud soñando con las más altas dignidades, como es preceptivo en esas personas. En eso no hay nada de malo, pues la gente en cuanto supera sus necesidades animales tiene como casi únicas metas el reconocimiento y el mando. El problema es el hallazgo de la retórica que le permitiría hacer realidad el sueño de Gaitán, el amigo de su padre: liderar a las masas y asegurarse el poder. La Revolución cubana fue el modelo perfecto. El comunismo era su atajo hacia el poder como lo es para sus amigos que siguen con los ojos vendados.
Si uno piensa en alguien como alias Alfonso Cano le resulta imposible determinar cuándo empieza el jefe de las FARC a ser deshonesto a diferencia de Sartre, Cortázar, Santos, Pombo y Pardo. ¿Acaso por ser más mestizo que el Che Guevara, a quien Cortázar admiraba y elogiaba sin ambages, va a ser menos honesto? Pero eso mismo se podría decir de todos los jefes guerrilleros, salvo los que son puros mercenarios y ambiciosos que tienen que encargarse de ordenar las castraciones y fusilamientos. Es decir, a diferencia de los que son de estratos bajos.
Y mientras no se entienda esa responsabilidad de los que piensan y escriben, de los que pertenecen a grupos sociales privilegiados, sencillamente va a ser tolerable mandar matar gente con retóricas sutiles y elegantes, y los únicos culpables son los que no han leído lo suficiente para manejarlas.
Por Jaime Ruiz. Columnista de Atrabilioso.