martes, 16 de junio de 2009

Una historia bien contada

Raro encontrar en el cine historias bien contadas. Aunque el medio es más ameno y rico que la literatura, por la incorporación de imágenes y sonido, es más difícil y costoso de manejar. Algunas películas –culpa de sus directores, no lo dudo- se tiran ola historia y el libro; no logran transmitir las emociones y el sentimiento de los personajes, o dejan mucho a la imaginación del espectador.

Ha sucedido con todas las novelas de Gabo llevadas a la pantalla, y con muchas otras más. Se requiere mucha más creatividad y recursos en la producción fílmica que en la concepción de la historia Quien haya leído “Cometas en el Cielo” de Khaled Husseini, y visto después la película, o viceversa, primero la película y después el libro, lo podría corroborar.

No es este el caso de “Interchange” (intercambio), una historia de la vida real ocurrida en Los Ángeles, California, USA, en 1928, que Clint Eastwood llevó a la pantalla con la actuación de Angeline Jolie y Jhon Malkovich.

Esta es la historia de una madre, Jolie, a quien le roban su hijo de unos 7 años de edad. La policía pensando que la angustia y el deseo de encontrar a su hijo, permitirían engañarla, le entrega, al cabo de 6 meses, con toda la parafernalia mediática del acontecimiento, un niño de características parecidas que fue abandonado por su padre mendigo en un restaurante, pero que no era el suyo.

Ante la imposibilidad de lograrlo –las pruebas que la madre le presentaba a la policía, estatura y circuncisión, entre otras, eran irrefutables- y el temor de que el escándalo transcendiera a los medios masivos de comunicación, deciden declararla desquiciada y enviarla a un hospital psiquiátrico dónde el que no está lo vuelven. La recuperación psíquica que le daría de alta, se consigue sólo cuando logre aceptar y firmar un documento reconociendo haber recibido a su hijo.

La intervención de un pastor religioso que tenía un programa radial en el que denunciaba la corrupción política, logró sacarla cuando se procedía a aplicarle choques eléctricos –para reducir la agresividad- como castigo por haber gritado insultos contra el director del hospital, que la presionaba para que firmara la falsa identidad del hijo.

En el transcurso de la trama se descubre que los niños los secuestraba un psicópata que luego los mataba. Se hizo el juicio, y un tribunal de ciudadanos emitió sentencia condenando a la horca al psicópata; retirando del cargo al policía al frente de la investigación y degradando a su jefe inmediato; y exigiendo modificar los procedimientos de reclusión en el psiquiátrico.

Los tecnísimos perfectos: las cámaras estuvieron dónde tenían que estar, mostrando el desarrollo de la trama, los rostros y las emociones de sus personajes. La música imperceptible, y los diálogos cortos y precisos. Sin presunciones ni grandes costos, el espectador se siente trasladado a la época y atrapado en la trama.

Una sentida historia fácilmente extrapolable a la realidad del país, alimentada en ambos casos por el afán de mostrar eficiencia (la policía), y capturar audiencia (los medios), con la diferencia que en el nuestro, no se porqué, parecen puros montajes en los que el único inocente es la victima: se ofrece la recompensa económica y aparecen los resultados.

Por Miguel Yances Peña. Columnista de El Universal de Cartagena.

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