miércoles, 20 de mayo de 2009

El caso de los tributos desaparecidos

Lo que más sorprende al lector de prensa colombiana es el descaro con que se miente, como si quienes lo hacen sintieran tan profundo desprecio por los lectores que no les importara ser descubiertos forzando interpretaciones absurdas, aportando datos inventados y sobre todo silenciando los verdaderos. Y eso es como un bombardeo, cada semana aparece un nuevo tema y pronto se amplifica en cientos de columnas y participaciones en foros, de donde sale lo que los menos informados creerán a pies juntillas. ¿Llega a haber alguna discusión al respecto? No, el análisis crítico es tan extraño a las inclinaciones de los colombianos como la ciencia.

Uno de los temas preferidos últimamente es el de las exenciones fiscales: en la mente de la mayoría de la gente está siempre presente la sospecha de que alguien hace trampa para que las cosas no sean perfectas, cosa que se demuestra viendo las posesiones fabulosas de los demás y la escasez que lo rodea a uno. ¿Por qué el presidente, que se dice cristiano, no reparte sus fincas entre los pobres, como le sugirió el profesor Moncayo? Porque siempre está de parte de los ricos y por eso les perdona impuestos, para que sean más ricos mientras los pobres son cada vez más pobres. Quien ha vivido lo suficiente llega a la conclusión de que en el comienzo de los siglos se vivía en una opulencia pecaminosa, pues a pesar de tantas décadas en que uno ha visto empobrecerse a los pobres no hay quien ponga en duda que cada día lo son más.

Ése es el material con que operan pensadores como el decano de la Facultad de Economía de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, Salomón Kamanovitz, autor de numerosas obras sobre la economía colombiana. En una
columna reciente, dedicada a ¡Los negocios de la familia presidencial!, el prestigioso economista se ocupa de las exenciones tributarias:

Así las cosas, las fuentes de prosperidad de los hijos del Presidente son su capacidad de generar favores del Gobierno a ciertas empresas y el traslado de patrimonio público (más precisamente de recaudo tributario) a las zonas francas portátiles. El Gobierno se desprende de capacidad tributaria, aun en tiempo de crisis, para el logro de mantener la supuesta confianza inversionista de los pocos afortunados.

Estas ventajas sustanciales están en la base de los negocios de los delfines y en el incremento de los contratos de las empresas en las cuales participan. Se trata también de exenciones que lesionan el patrimonio público a favor de empresas privadas, siendo capturadas algunas gracias a la indebida influencia de los hijos del Presidente. Lo que ha dejado de recibir el Gobierno por todas estas gabelas tributarias alcanza los $5,8 billones al año, lo mismo que los parafiscales que lesionan el empleo. Y si es tanto dinero, ¿por qué no compartir un tris en familia?

Respecto a las inversiones y ganancias de los hijos del presidente, se ha escrito mucho y yo no tengo nada que añadir a lo señalado por Saúl Hernández. Lo interesante es la construcción del despojo de recursos públicos a partir de falacias retóricas. Rigurosamente, Kalmanovitz está imbuyendo en la conciencia del lector la certeza de que se está cometiendo un tremendo peculado al favorecer la creación de zonas francas mediante la rebaja de impuestos. El lenguaje técnico sólo es eufemístico: no cambia nada el sentido de "peculado" si se habla de "traslado de patrimonio público". Mejor dicho, sí cambia: el peculado es una noción jurídica, por tanto nadie podría acusar a Kalmanovitz de calumnia porque dijo "traslado de patrimonio público". En el párrafo siguiente repite la perla, e incluso se ofrece una cifra de lo defraudado por el presidente, sus hijos y sus amigos empresarios.

Sería agotador, y fuente de un artículo todavía más largo, enumerar la cantidad de escritos aparecidos en la prensa y dedicados a protestar por el mismo motivo. Sólo citaré uno de los más elocuentes, característico de la clase de mentalidad que halagan los columnistas. Está en una columna de
Francisco Leal Buitrago, uno de esos pensadores que guiarían con pulso firme la nave del Estado si se alcanzara por fin la solución política negociada del conflicto social y armado, hombre cuyas virtudes se demuestran por su larga carrera de servicio a la Universidad Nacional:


La confianza inversionista y la responsabilidad social provienen de artimañas como la exención de impuestos a los ricos, las zonas francas para beneficio privado y la gestión del Ministerio de la (des)Protección Social.


La hondura del pensamiento de este sabio se demuestra con hallazgos como lo del Ministerio de la (des)Protección. Pero lo interesante en cualquier situación no es lo que forma parte de las particularidades ajenas sino lo que es común y comparte la mayoría de la gente. ¿Cuál es la exención de impuestos a los ricos? La asociada a las rebajas tributarias para los inversores, dentro de la cual se incluye la de las zonas francas. ¿Todavía hay que explicar que las inversiones se hacen "para beneficio privado"? Es que la mayoría de los lectores han pasado por la universidad (pero eso no se debe entender como que la mayoría de los egresados lean la prensa, cosa que está muy lejos de ocurrir). En la universidad han aprendido a distinguir el beneficio público del beneficio privado y a considerar cualquier prosperidad particular como un despojo al interés público.

Pero volviendo a la cuestión principal, la de la mentira descarada en la prensa, agravada por el hecho de que el señor Kalmanovitz es decano de una facultad de Economía, el asunto de la benevolencia fiscal con ciertas inversiones tiene muchas arandelas y resulta difícil de evaluar (al respecto publicó el ex ministro
Alberto Carrasquilla un artículo en El Espectador, artículo que amplió en una discusión en el blog de Alejandro Gaviria), pero las conclusiones que saca Kalmanovitz son sencillamente fruto de la mala fe.

Si un tendero aplica un margen del 40 % sobre el precio de compra, tendrá en cuenta esa norma al evaluar las ventas del mes, pero si el último día decide que necesita dinero y hace una promoción aplicando sólo el 20 %, ese margen será ganancia. Si las ventas ese día son muy superiores a las de los otros días, sus ganancias aumentarían. ¿Cómo entenderíamos que el socio del tendero fuera a reclamarle por el 20 % de margen que dejó de cobrar? Una investigación rigurosa permitiría saber si de todos modos ese día las ventas aumentarían o si, por el contrario, habrían sido mucho mayores sin alguna circunstancia especial. La mala fe consistiría en considerar "pérdidas" lo que se dejó de ganar.

Yo estoy convencido de que las rebajas fiscales para las zonas francas se traducen en mayor recaudo, pues creo que la mayoría de las inversiones no habrían tenido lugar sin esas ventajas. Pero es sólo una opinión sin evidencia: la de Kalmanovitz es una mentira descarada, parte de la suposición de que TODAS las inversiones habrían tenido lugar, cosa que es absurda y sólo muestra la clase de educación que imparte en su universidad.

Pero la cuestión tiene muchas arandelas. Los profesores y columnistas hurgan en un sentimiento arraigado de los lectores, el de que rebajar impuestos a "los ricos" es inmoral. La dudosa función del Estado como agente de justicia va dada por sentado, mientras que la cuestión de la necesidad de recursos para financiar la actividad productiva queda soslayada. Mientras la mayoría de los países, sobre todo los desarrollados, compiten por atraer inversiones y resultar gratos para los ricos, en Colombia se intenta ahuyentarlos, sin duda porque su ejemplo y el desarrollo económico harían perder dominio a la casta de los doctores:

La política de exenciones y zonas francas merece todo nuestro respaldo: más allá de la cuestión del recaudo, que es lo único que interesa a personajes como Kalmanovitz, esas exenciones favorecen la creación del tejido empresarial, que es la base del desarrollo. Puede que muchos crean que se construirían la misma cantidad de hoteles con impuestos altísimos que con impuestos bajísimos, pero la razón no tolera una suposición semejante. ¿Qué importancia tiene que haya hoteles? Se trata de una inversión de altísimo riesgo en un país muy desprestigiado por la violencia, pero que tiene relación con una de las industrias que más proveerán recursos a países que cuentan con paisajes atractivos.

Lo que cada uno necesita decidir es si desea vivir en un país próspero lleno de hoteles y de industrias, o en uno en el que los chavistas administran las regalías de las commodities aprovechando cada limosna para forzar la sumisión de los paniaguados. En el primer caso el punto crítico es atraer inversiones y construir infraestructuras. Y tal vez lo que haga falta sea una política fiscal que grave efectivamente a todos los ricos y no sólo a los que producen y arriesgan. Puede que el Estado sufra un despojo más grave y más gravoso para los intereses de los ciudadanos por la exención del 25 % del impuesto de que disfruta Kalmanovitz y la mayoría de los que lo jalean que por la benevolencia que se practica con quienes construyen fábricas y hoteles.

Por Jaime Ruiz. Columnista de Atrabilioso.

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