martes, 3 de marzo de 2009

Que nos "chucen" a todos

Una tormenta en un vaso de agua han armado nuestros políticos y periodistas, que no dejan pasar oportunidad de dispararle al Presidente, o a cualquiera de sus más altos funcionarios, con el tema de las interceptaciones telefónicas. Cómo si no estuvieran informados o prevenidos; cómo si no se pudiera obtener líneas telefónicas a nombre de otros; y cómo si no se pudiera evitar que el celular transmita el número al marcar.

El espionaje (o inteligencia) existe. También se espían las empresas, los políticos, y por su naturaleza lo hacen los periodistas y los medios con quienes ostentan el poder (ahí radica, en parte, que sean uno más).

En manos de los gobiernos es una eficaz forma de acertar, prevenir y garantizar la estabilidad: esperar la orden judicial en un país de infiltrados, traidores y desleales, le quita efectividad. ¿Cuantos golpes de nuestras FFAA se habrán logrado gracias a la inteligencia, y cuántos no hubieran deseado -por ejemplo- que se hubiera descubierto con suficiente anticipación el atentado a las Torres Gemelas?

La interceptación no es más que una de las tantisimas formas de espionaje, poco efectiva por cierto, porque todo el que planea estrategias -sanas o perversas- se cuida de no ser interceptado. También existe la cámara escondida, la infiltración y el seguimiento; la compra, el robo, el chantaje o la intimidación para obtener información; entre otras más.

El ser político, periodista, o magistrado no hace la diferencia; la diferencia la hace sólo el ser una persona a prueba de todo, en cuyo caso no importa. Y si de hacer juicios de valores se tratara, peor que interceptar, sería divulgar lo así obtenido, cosa que hacen sin ningún recato moral, algunos medios de comunicación capitalinos.

Por lo tanto de lamentar no son las intercepciones en si, ni los personajes a quienes se les practica, sino tener que aceptar, que existiendo la tecnología y puesta en manos de colombianos, era imposible evitar que terminara convertida en un negocio: un sofisticado servicio a quienes tuvieran con que pagarlo. Quién sabe cuántos se habrán enriquecido con él, y cuántos mas con la información así obtenida.

Lo cierto es que la tecnología ha reducido la privacidad y la intimidad; y eso no tiene reversa, ni habrá ley que lo pueda controlar. Prohibir las interceptaciones por lo tanto es ignorar esa realidad, y en consecuencia promover mas corrupción, que de todos modos vendrá, independientemente de en manos de quien se coloquen los dispositivos.

Más bien enfoquemos el problema con pragmatismo. El hombre entiende que ya no es un Dios omnipresente el que está al tanto de todo para castigar, si no que sus semejantes, gracias a la tecnología, pueden conocer si lo desearan aspectos íntimos de los demás. Al quedar todos los actos humanos expuestos al escrutinio público, la transparencia, ese bien que reclamamos de los gobiernos, tendrá que ser practicado también, en forma individual. Y así la hipocresía y el engaño, esa arma inventada por la civilización, dejará de ser un elemento de superioridad, para darle cabida a un nuevo tipo de sociedad –mas costeñizada, franca y abierta- en la que prime el talento y la inteligencia concebidas para el bien.

Ese es el futuro, solo hay que dejar que fluya con naturalidad al ritmo de las libertades y la tecnología.

Por Miguel Yances Peña. Columnista de El Universal de Cartagena.

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