martes, 17 de febrero de 2009

Recapitulemos


Si algo distingue al periodismo de opinión capitalino, en gran medida politizado o ejercido por políticos en busca de beneficios personales, es la obsesión por la crítica y la descalificación.

Es como si la función de estos fuera dificultar, y no, hacer mejores y más inteligentes propuestas. Como si un fundamentalismo les dictara la obligación de criticar, aun en asuntos que son de valorar, resaltar y respaldar. Y no hay tal. La única obligación del escritor de opinión es ser honesto, y como valor agregado, argumental y convincente. Quien critica, pues, tiene la obligación ética de decir como seria mejor; es la única forma de convencer, sin dejar el trabajo de idearlo en cabeza de los demás.

Valdría la pena preguntarse entonces, hasta que punto la crítica estimula a mejorar, y no, a claudicar; y hasta que punto el reconocimiento público, anula el espíritu de superación, y no, compromete más.

La efectividad del escritor de opinión no radica en los lectores (se puede tener muchos, pero pocos adeptos a la tesis que se plantean), si no en la capacidad de influir en la opinión de los demás; o al menos, reflejar la de aquellos en sus escritos (llega un momento en que no se sabe que fue primero). A juzgar por este indicador de éxito, quienes atacan al presidente no han logrado, ni influir, ni reflejar a las mayorías, pues la favorabilidad se ha mantenido por encima del 60%, cuando la historia del país demuestra que ésta cae por debajo del 40% antes del primer año de gobierno. De aquí se puede inferir que, o no hay honestidad intelectual -o capacidad, o faltan convincentes argumentos.

En relación con los militares retenidos en la selva, por ejemplo, quien se seguirá desprestigiando si no los libera es la guerrilla. Ayudar en esa dirección debe ser la labor de toda la sociedad, incluidos nosotros, hasta que no les quede otra, que liberarlos. Presionar al gobierno para que ceda ante la guerrilla que pronto exigirá más, es debilitarlo, fortalecer la posición de ellos, y validarles el arma de lucha.

Criticar lleva implícito un mensaje de superioridad (puedo hacerlo o concebirlo mejor) y cuando se descalifica a la persona, se requiere de cierta inmunidad porque la contraparte puede defenderse atacando (es una estrategia) y dejar muy mal parado a quien la hace; especialmente, si la critica es mal intencionada e injusta.

En otras palabras no es consecuente que un artista (músico, pintor, escritor) por ejemplo, se exprese mal de la obra de otro, o bien de la propia; tampoco que lo haga un gobernante: esa tarea queda mejor en manos de otros que puedan ser objetivos, y si lo hicieren, tienen la obligación moral de decir el cómo (la demagogia consiste en no decirlo).

Por lo tanto quien critica debe cumplir dos condiciones: primera, no haber tenido la oportunidad de hacerlo mejor, o haberlo hecho; y segunda, no tener el rabo de paja. NOTA: hay algún atenuante cuando la critica es producto de la falta de información, o de desinformación (son conceptos diferentes) porque se resuelve aclarando las cosas.

Ahora bien, si al periodista se le exige la mayor neutralidad posible en la presentación de los hechos, para el escritor de opinión es imperativo asumir una posición: es decir orientar, eso es lo que espera el lector.

Por Miguel Yances Peña. Columnista de El Univesal de Cartagena

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