lunes, 26 de enero de 2009

La obamamanía latinoamericana

“A cambiar la historia”. Así tituló El Espectador, el martes pasado, la información relacionada con la posesión del nuevo presidente de los Estados Unidos.

¿ Barack Obama va a cambiar la historia? Más allá de ser el primer descendiente de afroamericanos en ocupar la Casa Blanca, el nuevo presidente norteamericano no es
Eduard Bernstein (así algunos sectores obamamaniáticos lo quieran ver como su reencarnación) ni mucho menos un revolucionario de esos que dicen cambiar la historia para llegar a paraísos utópicos.

Sería importante establecer el significado de “cambiar la historia”. Lo primero que se debe advertir es que es una expresión neutra y que algunos han cambiado la historia para bien y otros para mal: Hitler cambió la historia de Europa y de los judíos… Napoleón cambió la historia de Francia y Osama Bin Laden hizo lo propio con los Estados Unidos y con el Medio Oriente.

Es más: en una concepción simplista, se podría considerar que todos los gobiernos “cambian la historia” de sus países, y en el caso de los estadounidenses, todos hacen un aporte en esa dirección.

Así las cosas, “cambiar la historia” debe ser un concepto mucho más exigente que el simple desarrollo de hechos que se sumarán a la historia de un país o del mundo, pues bastará cualquier decisión o cualquier acción para ser beneficiado con el título de modificador de la historia.

Por lo visto en los albores de la administración Obama, la historia no cambiará por lo menos para América Latina: Sin darse cuenta, la obamamanía latinoamericana recibió su primer golpe por cuenta del entonces presidente electo al señalar que “Chávez ha sido una fuerza que ha impedido el progreso de la región”. Esas palabras en boca de Bush pasarían desapercibidas, pero pronunciadas por Obama tienen enormes implicaciones que veremos a mediano plazo.

Siguiendo con la obamamanía latinoamericana, hay que decir que el titular y el desarrollo de la información en El Espectador es una interesante descripción de la mentalidad que compone esa manía: En el primer párrafo del artículo ya se encuentra una diferencia sustancial entre los que suponen que alguien va a cambiar la historia y la realidad de Obama. Refiriéndose al nuevo inquilino de la Casa Blanca, el articulista afirma: “Tampoco es el europeo honorífico que flota por las fantasías de franceses izquierdistas.”

Sin embargo, el enunciado es incompleto: Barack Obama no es el europeo honorífico, ni el terrorista vestido de civil, que flota por las fantasías de chavistas y colombianos izquierdistas, de esos que le enviaron cartas de felicitación y que han
apostado por unas pésimas relaciones entre la Casa Blanca y el gobierno colombiano. Hillary Rodham Clinton los debió dejar con un mal sabor en la boca: “Colombia es un aliado estratégico para los Estados Unidos”.

Posteriormente el artículo de El Espectador dice que “la presidencia de Obama les dará esperanza a unos Estados Unidos que (…) comenzaron a dudar de sí mismos”. Ciertamente Obama expone muy bien sus promesas, mucho mejor y con más distinción que los chafarotes latinoamericanos que intentan vender esperanzas y sueños de paraísos futuros. Pero sembrar esperanza no es un cambio histórico y solo el tiempo dirá si Obama será capaz de concretar esas esperanzas en realidades. No obstante, de lograrlo, la historia no registrará la gestión como una ruptura sino, a lo sumo, como una rectificación del rumbo.

De otro lado, se supone que Obama va a cambiar la imagen que actualmente tiene el mundo con respecto a Estados Unidos, cosa relativamente fácil si se tienen en cuenta los últimos años de manejos desastrosos en materia de relaciones exteriores por parte del gobierno Bush. Pero aquí también hay una diferencia: Obama, el real, no va a cambiar significativamente el estatus de gran poder que ostentan los Estados Unidos, lo que dejará intacto el tradicional antiamericanismo de la izquierda “democrática” de nuestro continente.

Una nueva decepción se tomará a los hoy entusiastas miembros de la
obamamanía latinoamericana, quienes esperan que el nuevo Presidente hable bien de las Farc y del intercambio “humanitario”; que se reúna con Chávez para “aprender” todos los secretos de como acabar con una democracia en una década (aunque hay señales inquietantes de sintonía en cuanto al tratamiento a la prensa), que golpee a Álvaro Uribe y se proclame seguidor de los dictados del Foro de Sao Paulo… todo esto junto sí cambiaría la historia de los Estados Unidos, pero ¿alguien apuesta por semejante cúmulo de errores?

El artículo termina así: “Nunca antes una elección estadounidense ha avivado en el resto del mundo una esperanza tan loca y a la vez tan razonable”.

Ojalá la historia se cambiara con esperanzas.
Algunos así lo creen y por eso juran que se puede ordenar la felicidad por decreto, y que Obama ha llegado para instaurar un gobierno revolucionario (algunos ilusos soñarían con añadirle la palabra bolivariano) que anuncia miseria y dificultades para renacer en un paraíso glorioso.

Ingenuidad, torpeza o ignorancia: Barack Obama no llegó a cambiar la historia más allá de la proeza de ser afroamericano y ocupar la Casa Blanca. Pero eso será una anécdota a lo sumo, en medio de los desafíos que tiene que enfrentar desde ya el nuevo presidente norteamericano que sabe que solo la astucia, una buena dosis de frialdad en el análisis de las situaciones, la convicción de que no hay amigos sino intereses y la rapidez de las decisiones serán elementos fundamentales en el éxito de su gestión. Todo lo anterior es una descripción superficial de lo que siempre ha enmarcado las acciones de los diferentes gobiernos estadounidenses.

Obama es un tipo pragmático y no uno de esos idealistas que se reúnen a admirar la “complejidad” intelectual de su maestro Carlos Gaviria Díaz, a cantar algo de Silvio o de Pablo y a beber un canelazo.

Por Jaime Restrepo. Director de Atrabilioso.

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