viernes, 1 de agosto de 2008

Unidos

A las personas las unen muchas cosas. Yendo de lo macro a lo micro, la especie, la raza, la nacionalidad, las ideas (observen qué tan alto valor le otorgo), la idiosincrasia, las afinidades, los intereses, los principios éticos y los valores morales que yo englobo en el concepto de comunidad, las victorias (para celebrar) y las desgracias (para soportarlas), los amigos, pero también los enemigos (cuando son comunes), la familia, el enamoramiento, y finalmente el mas fuerte de todos, el amor, que tiene la característica de ser ciego, y hacer posible la preservación de la especie.

De seguro faltarán muchas más, pero la lista es suficiente para enfatizar que son más las cosas que nos unen que las que nos desunen. En esta última categoría solo se me ocurre una: los intereses, y solo cuando son mezquinos.

Por supuesto que habrá quienes opinen que me quedé corto al enumerar las que desunen, y enseguida pensaran en el odio y la intolerancia, sin embargo esos dos sentimientos, como otros, están asociados a la defensa de nuestros intereses, validos o no.

Afortunadamente casi todas las cosas que están pasando en Colombia, conducen a fortalecer los lazos que nos unen: desde los cada vez más frecuentes logros de nuestros literatos, artistas, militares y deportistas, hasta los ataques terroristas de los grupos armados ilegales contra la sociedad; los de la oposición irracional que busca –sin una propuesta seria- desestabilizar el país; y los que en forma de improperios, lanzan los gobernantes de algunos países vecinos.

Paradójicamente unen más esos ataques, que el reconocimiento mundial por estar haciendo las cosas bien. El reconocimiento da valor necesario para seguir avanzando con persistencia, pero los ataques nos dan la fuerza que permite tirar todos al mismo tiempo y en la misma dirección.

Si los actores de la desestabilización nacional se detuvieran un segundo a pensar, con serenidad y objetivamente, encontrarían ahí la explicación al inmenso apoyo que le propician los Colombianos al presidente. Y a partir de esa realidad objetiva, e insoslayable, podrían armar estrategias inteligentes, civilizadas y racionales, en la lucha democrática por el poder político. Ahí les dejo esa reflexión.

Quienes estarían festejando ahora, junto con todo el país, y recibiendo aplausos del mundo entero, serían los captores, si en lugar de esperar el rescate -asumiendo el riesgo de que mueran- hubieran liberado voluntariamente a los secuestrados. La torpeza no les ha permitido ver que están uniendo a todos los colombianos –ricos y pobres- contra ellos, y a favor de quien nos gobierna.

Aun tienen mas secuestrados en su poder, y es relativamente fácil seguir secuestrando. No obstante la lección que han debido aprender, es que la financiación, o negociación, a partir del secuestro no es válida: apunta contra el secuestrador. La ideología, si es que la tienen, no se impone por la fuerza. Apostémosle pues a un país en paz, sin guerrillas, y por ende sin guardaespaldas ni militares.

El bienestar de la humanidad –es el fin que nos une- depende cada día más de la capacidad de generar y distribuir riqueza, y eso lo logra mejor el capitalismo y los mercados. Solo unidos alrededor de esa idea, y dejando las armas, podremos hacer de Colombia un mejor país. Lo demás es populismo.

Por: Miguel Yances Peña. Columnista de El Universal de Cartagena. Especial para Atrabilioso.
myances@msn.com

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