miércoles, 16 de julio de 2008

Sistema parlamentario

La idea de abolir la institucionalidad colombiana existente y crear una de sistema parlamentario como la que rige en la mayoría de los países de Europa es como una sombra que revolotea sobre el debate político y en cualquier momento resulta tentando al que menos se espera. Entre los que recuerdo que la han propuesto destaca el injustamente olvidado Horacio Serpa, hoy gobernador de Santander, seguramente amargado por la pérdida de su protagonismo en favor de Piedad Córdoba. Últimamente he leído la propuesta en una columna de Juan Manuel Charry. Vale la pena detenerse a evaluar esa propuesta: sus promesas y riesgos.

Congreso abominable
Se habla mucho del desprestigio del Congreso, y mayoritariamente se da por sentado que es merecido. Lo que no resulta tan claro es que adjudicándole el poder de nombrar al gobierno vaya a cambiar rotundamente. ¿Es la proliferación de personajes de las calidades de Yidis Medina el producto o la causa de la irrelevancia del Congreso? Yo diría que hay un déficit de civismo que permite ascender a personajes de esa calaña. Con una disposición distinta entre los votantes el Congreso estaría formado por personas más respetables. ¿Cambiaría eso una organización en la que el Congreso no sólo legislara sino también eligiera el gobierno? Es posible: el problema es la inseguridad que se generaría, pues nadie puede contar con que van a ser elegidos representantes honrados y entonces las presiones espurias podrían llevar a una inestabilidad permanente, a gobiernos de pocos meses y a protagonismos aún más lamentables que el de la mencionada señora.

La forma de elección
Suponiendo que por algún motivo que ahora no se me ocurre llega a darse el consenso entre la clase política y se adopta el sistema parlamentario, seguiría quedando la cuestión de la forma en que se elegiría el Congreso. Hay un sistema mayoritario (un representante por cada distrito) y uno proporcional (una cantidad de representantes asignada a cada región y repartida de forma proporcional entre los partidos más votados). El primero significaría el refuerzo de las mafias locales y la exclusión de las minorías, el segundo seguiría planteando el problema de los límites de cada circunscripción: cuanto más pequeña, más riesgo de excluir a las minorías. Con una circunscripción nacional se daría paso al predominio de los votantes de las grandes ciudades, pues sólo en Bogotá ya se recaudarían más votos que en todos los departamentos del sur y el oriente sumados.

El refuerzo de los partidos
Se supone que el sistema parlamentario refuerza el poder de los partidos porque la gente vota por listas cerradas que dependen de esas organizaciones. Lo que pasa es que su debilidad en Colombia no procede de la organización del sistema, sino de la misma dispersión de la sociedad. Los partidos colombianos no siguen ideas ni programas sino que se basan en relaciones personales entre sus dueños y en la habilidad que tengan las respectivas maquinarias a la hora de buscar votos y repartir prebendas. Por eso ni siquiera sus nombres corresponden a su conducta. ¿Se remediaría su vacío interior dando poder a sus aparatos? Parece muy poco probable.

Reforma necesaria
Lo cierto es que el sistema actual de reparto de curules es atroz. ¿Cómo es que Enrique Peñalosa no pudo llegar a senador en 2006? ¿Obtuvieron los demás senadores en proporción siquiera remota más votos que él? No, sólo explotaron la concentración de listas y el voto preferente, una de esas formidables ruedas triangulares con que funciona la institucionalidad colombiana. Pero siempre es así, no hay una proporcionalidad razonable entre los votos y las curules debido a que las normas están hechas en favor de quienes las hacen. Más allá de que se adopte o no el sistema parlamentario, sería bueno que la elección del Congreso fuera como la de los países europeos, sin esas particularidades que terminan anulando o falseando la institución del sufragio.

El peligro caudillista
La cuestión del sistema parlamentario requiere mucha más discusión, en todo caso el desprestigio del congreso existente, en buena medida derivado de las leyes torcidas que rigen, y la debilidad de los partidos, por otra parte, refuerzan la tendencia al caudillismo: la gente encontró un líder en el que confía y cada vez más encuentra que la división de poderes sobra, al igual que los partidos. Esa tendencia lejos de remediar el déficit institucional que deriva del desprestigio e inoperancia del Congreso lo multiplica. El líder actual por una parte es un político de larga experiencia y por la otra surgió del clamor nacional contra el terrorismo, puede que un líder futuro que base su popularidad en grandes proyectos asistencialistas o en la retórica nacionalista tenga menos escrúpulos para suprimir la institucionalidad. Ese peligro casi tangible parece aconsejar la consideración del sistema parlamentario. Sólo que tal vez para que funcione serán necesarios partidos con idearios claros, y no al revés.

Por Jaime Ruiz. Columnista del Sistema Atrabilioso.

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