viernes, 22 de febrero de 2008

Paranoia infernal

Es más fructífero desarrollar empatías con quienes comparten la misma ideología y objetivos de vida, que con los contrarios: en el caso de Venezuela, con la guerrilla que con el gobierno colombiano.

Pero complicado el asunto, porque un gobierno no debe simpatizar, ni mucho menos apoyar, a grupos fuera de la ley -que secuestran, trafican con drogas y cometen actos de terrorismo- en un país que tiene un gobierno elegido y reelegido democráticamente, y goza de un amplio apoyo ciudadano. No se debe, a menos que quien lo haga se declare enemigo de los regimenes democráticos.

No obstante en ningún caso le está permitido a los gobiernos extranjeros interferir en los asuntos internos de otro país, y si lo hicieran violando el derecho de los países a la libre autodeterminación, tendría que permitir que otros se inmiscuyeran también en los propios.

Que no es el caso de Chávez y Venezuela: ha metido las narices en varios países sur y centroamericanos, pero protesta cuando la paranoia que ha desarrollado le hace temer que otros, las quieran en meter en Venezuela. El castigo para quien así actúa, es el infierno que le hace creer que los demás también tratan de hacer con él, lo mismo que él hace con los demás.

¿No denuncia Chávez –por ejemplo- que desde Colombia o desde los EUA, se respalda y se apoya a los grupos de la oposición que quieren derrocarlo? Lo mismo que está haciendo él abiertamente con los grupos guerrilleros en Colombia. La misma paranoia –dado lo axiomático del enunciado colocado en cursillas en el párrafo anterior- debería ser prueba suficiente –para los escépticos- de que está haciendo, lo que teme que le hagan.

Las denuncias sobre guerrilleros colombianos en Venezuela vienen de tiempo atrás; lo nuevo podría ser la evidencia de que son protegidos por miembros del ejército venezolano, y por alguno de sus gobernantes, y que el presidente de ese país intercede, utilizando los medios masivos de comunicación (en especial la TV) a favor de ellos, dejando la impresión de que como al actual gobierno no lo ha podido manipular, a un hipotético de la guerrilla si. La integración económica, que es bienvenida con todos los países del mundo, no debería implicar –en aras del pragmatismo- integraciones ideológicas.

En un escenario como ese, no ya mirado desde la visión del paranoico, sino de la del colombiano, uno se pregunta ¿cómo acabar con la guerrilla, si tiene un protector, patrocinador, y alcahuete en el vecino país? Así se desmovilicen todos los guerrilleros aquí en Colombia, sus cabecillas pueden seguir actuando desde el exterior: el terrorismo –como se sabe- se alimenta con dinero, más que con ejércitos.

¿Será verdad que nuevamente hay que sentarse a negociar con ellos, y ahora si darles todo lo que pidan? ¿Darles más aun de lo que el gobierno de Andrés Pastrana ofreció como cuota inicial del tan anhelado premio Nóbel? Pareciera que después del intento fallido ningún otro será posible, pero seria muy productivo conocer que le pidieron y que les otorgó Andrés.

Para quienes aún ven la posibilidad de una negociación, sea de intercambio o de paz, habría que preguntarles ¿qué costo hay que pagar por la paz, y quien garantiza que una vez pagado, ésta se consiga? Siempre se correrá el riesgo que una negociación no justa, no democráticamente aceptada por las mayorías, ni equitativa con lo otorgado a otros grupos desmovilizados, vuelva a desencadenar la guerra: ya ha pasado.

Cómo también se corre el riesgo del populismo barato, que promete lo que sea para lograr el poder político (o las arcas de la nación) y una vez logrado hagan lo mismo que el país ha venido haciendo pero con peores resultados, o que cambien todo –retrocediendo medio siglo o mas- para empeorar.

Por: Miguel Yances Peña. Columnista de El Universal de Cartagena.

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