viernes, 29 de febrero de 2008

La quimica de la guerra

Así los actores sean los mismos y se alimenten mutuamente, la insurrección armada y el narcotráfico son dos problemas diferentes: su génesis, su etiología y su dinámica son diferentes; y el enfoque para resolverlos también tiene que ser diferentes.

El plan Colombia y la ayuda económica y militar norteamericana, enfocados inicial y esencialmente, al tráfico de droga así lo entendían, aunque en la estrategia una vez más se equivocara. Fue la gestión del gobierno colombiano, lo que permitió que los recursos se utilizaran para la doble función de combatir a la guerrilla, por terrorista –ese fue el calificativo- y al narcotráfico. Se mezclaron así dos problemas, lo cual dificultaba su comprensión.

Afortunadamente poco a poco se han ido decantando nuevamente, lo cual permite visualizarlos, y asilados, elaborar sendas políticas para combatirlos.

Recién se ha producido una masiva movilización de campesinos cocaleros (mas de cinco mil dicen las noticias) que protestan, ya no solo por la aspersión de cultivos que produce daños en la tierra y en otros cultivos –al decir de sus críticos- sino contra la erradicación manual, que no solo evita tales daños, sino que le proporciona ingresos: Nunca iguales a los del cultivo de coca, pero al menos superiores a los ingresos de cualquier jornalero en cultivos lícitos.

La política de pagar por erradicar plantaciones de coca, parecía hasta este momento inteligente, pero se ignoró que nunca una actividad licita será mejor remunerada que una ilícita y adictiva, y eso la hará fracasar.

Esta probado que la prohibición y la represión, que ha sido la política adoptada hasta ahora para combatir la droga, no ha dado, ni dará nunca resultados. En parte porque la guerrilla protege a los cocaleros, los adoctrina y los organiza: primero, porque gran parte de la ganancia del negocio queda en sus manos, y segundo, porque protegiéndolos atacan al imperialismo y ganan pueblo para su causa.

El resultado ha sido violencia –la genera mas la política antidroga (a ella se atribuyen los atentados dinamiteros) que la misma insurrección- y corrupción. Y mientras los colombianos se matan por acatar el mandato externo de acabar con el tráfico de coca, nos llegan de todo tipo, producidas en laboratorios contra los cuales nada se hace.

El país ha pedido angustiado, con un grito que nadie escucha, que se combata la demanda como lo indica la ley económica y las teorías del marketing, pero los países consumidores saben que reprimirla sería imposible, y equivalente a trasladar a sus países la guerra colombiana. Por lo tanto si no funciona la prohibición y la represión –ni a la oferta ni a la demanda- solo queda la legalización, y la prevención.

El daño social que provoca el consumo, nunca se podrá equiparar con el que produce la prohibición y la represión. Debiendo escoger entre dos males, lo sensato es quedarse con la legalización, que es el menor.

La guerrilla es el otro tema en el crisol, y uno podría preguntarse qué es peor, y cuál habría que acabar primero. Nuevamente lo sensato es acabar primero con lo más fácil. Con las drogas es imposible, pero con los efectos sociales que provoca la política de prohibición y represión, es relativamente sencillo: cambiar la política.

Esa es la ruta a seguir, porque si se sigue el camino más difícil y se lograra acabar con la guerrilla, por ejemplo, las utilidades del tráfico de drogas crearían su propio ejército.

Por otro lado, quitar o reducir la rentabilidad que le da la prohibición y la represión al negocio, golpea duro a la guerrilla, que si bien podría recurrir a otros métodos de financiación, como la ayuda externa, el secuestro, la extorsión y el boleteo, entre otros, son más limitados y mas fáciles de prevenir que el tráfico de drogas.

Por: Miguel Yances Peña. Columnista de El Universal de Cartagena.
myances@msn.com

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