viernes, 20 de julio de 2007

Debate de pancartas

Por: Miguel Yances Peña. Columnista de El Universal de Cartagena.
myances@msn.com

La toma de decisiones colectivas es uno de los aspectos más complejos de la vida ciudadana. Mientras mayor sea el número de personas afectadas mas difícil es lograr el consenso, y al incrementarse el número de inconformes, crece su capacidad de desestabilización.

Las democracias han resuelto este problema adoptando el querer de las mayorías; pero no siempre es posible consultar a las masas, y las decisiones quedan en un pequeño grupo de personas que representan al conglomerado, y por lo tanto tienen que cuidar que sus decisiones sean entendidas, aceptadas y acatadas por los demás, como única forma de lograr que sean sostenibles y generen un clima de paz ciudadana.

En esta dinámica se mueve la que tiene que ver con la suerte de los secuestrados, el querer de sus familiares y la conveniencia nacional.

En medio de la reciente movilización ciudadana en rechazo al accionar de la guerrilla, además de las pancartas exigiendo la liberación incondicional de los secuestrados, y la entrega de los cuerpos de los que han sido asesinados, que es la posición oficial, también hubo las que exigían un acuerdo que permita el intercambio humanitario, que es la contraria.

Contraria, porque al contrario de las mayoritarias, estas parecían dejar bien establecido que el intercambio humanitario no era haber liberado mas de 150 guerrilleros que estaban en las cárceles y reintegrarlos en la sociedad, sino ceder a todo lo que las FARC propongan, lo cual no deja de ser una posición desesperada de quienes tienen –qué difícil decirlo- familiares secuestrados, y oportunista de quienes hacen demagogia en víspera de elecciones.

Aunque por lo doloroso cueste decirlo, el país tiene que entender y aceptar, que la única manera de evitar que el secuestro siga siendo utilizado como “chantaje”, es precisamente no negociando con los secuestradores, salvo dentro de un proceso más amplio que incluya acuerdos de paz, entrega de armas, desmovilización y aceptación del régimen democrático y de libertades vigentes.

En esto tenemos que estar todos unidos, porque pareciera que los guerrilleros presos no son el objeto de la negociación, sino la obtención de zonas desmilitarizadas. Si el país cede a este chantaje, les reafirma el poder que otorga un secuestrado, y seguirán haciéndolo y exigiendo cada día más; sería preferible seguir excarcelándolos unilateralmente, hasta dejarlos sin argumentos.

Por lo tanto las pancartas exigiendo un acuerdo humanitario, fueron la “contra manifestación” que le restó contundencia al clamor general por la paz y la liberación incondicional de los secuestrados. ¡Necesitábamos una sola voz, no un debate de pancartas! La izquierda nunca lo habría permitido en las manifestaciones que organiza.

Pero a pesar de ello, y del discurso de uno de los huérfanos que -cegado por el dolor- señaló al gobierno como “cómplice” de la muerte de los 11 diputados, la manifestación fue un éxito, y una muestra de civilidad, democracia y tolerancia, que sirve de ejemplo y de presión a quienes quieren aún imponerse por las armas.

Los analistas de estos fenómenos, coinciden en afirmar que el terrorismo y el secuestro son las armas de los grupos que se saben militarmente inferiores y minoritarios, pero una condición imprescindible de quienes aspiran llegar al poder político y gobernar, es el de ganarse la simpatía de las masas: ahí está la contradicción que nos indica que ni siquiera pretenden gobernar.

Aunque otros dicen que buscan provocar en el gobierno reacciones desesperadas, que generen el rechazo popular, con el fin de desprestigiarlo. ¡Qué eso no suceda!

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