¡Quién lo diría! Paralizar una ciudad de siete millones de habitantes es muy fácil: basta con bloquear unas cuantas avenidas, gritar arengas, vociferar contra la policía y tener un alcalde pusilánime.
Lo ocurrido el viernes pasado en Bogotá es la muestra palpable de dos de las grandes fallas del gobierno de Luis Eduardo Garzón: la movilidad y la seguridad.
La noche del viernes 27 de julio fue asesinado el taxista Mario Orlando Velásquez González, de 39 años. Este crimen colmó la paciencia del gremio de la mancha amarilla que decidió protestar por la difícil situación de seguridad que vive la ciudad, lo que ha dejado como resultado la muerte de ocho taxistas y por lo menos treinta conductores asaltados en lo que va corrido del año.
Y como ya es sabido, las protestas de la mancha amarilla se traducen en el cierre de las principales vías de la ciudad, violando los derechos de todos los bogotanos: en esta oportunidad bloquearon los portales de Transmilenio y algunas vías principales en todos los puntos cardinales.
Como de costumbre, la policía fue incapaz de enfrentar la situación, pues están maniatados ante la absurda posición de la administración distrital según la cual hay que privilegiar la protesta por encima de los derechos fundamentales de siete millones de ciudadanos. Solo al finalizar la tarde, por fin el Alcalde tomó la decisión de acabar con los bloqueos y hacer respetar los derechos violados a la mayoría de bogotanos.
Ni más faltaba que los taxistas no pudieran manifestarse por la creciente inseguridad de la Capital, pero ese derecho a la protesta no puede estar por encima de las garantías que tienen los demás ciudadanos para movilizarse, producir, trabajar y estudiar.
Ya se volvió un sello distintivo de Garzón el permitir la parálisis de la ciudad: durante el paro que organizó FECODE contra el Plan de desarrollo y contra la modificación del régimen de transferencias, la administración, sin ningún pudor, autorizó la toma de avenidas principales de la ciudad como la autopista sur, la Primero de mayo, la autopista norte y la avenida El dorado. Total: Bogotá quedó paralizada y una semana después, nuevamente el Alcalde le dio el visto bueno al taponamiento de la ciudad.
Es increíble que además de los problemas cotidianos de movilidad generados por el pésimo mantenimiento de la malla vial, la absoluta ineficiencia en la chatarrización de viejos vehículos de transporte, la ausencia de iniciativas y la corrupción de la antigua Secretaría de tránsito que permitió que miles de taxis cedieran el cupo y fueran matriculados como carros particulares; la administración distrital no vea inconveniente alguno en dejar que la ciudad sea bloqueada por manifestaciones y marchas políticas.
Garzón reconoce que una de sus mayores debilidades es el tema de movilidad, pero eso no parece importarle a la hora de alcahuetear el desbordamiento de unas minorías que anuncian protestas y terminan bloqueando y violando los derechos de las mayorías.
Sin embargo, parece que a Lucho Garzón siempre lo sorprenden los paros y las protestas: Hace un año el Alcalde se levantó (quien sabe si después de una de sus acostumbradas noches de parranda) con la ciudad paralizada y solo hasta el medio día tuvo el atino de tomar algunas medidas. Mientras el despertaba y aterrizaba en sus funciones, Bogotá era un caos de pedreas, bloqueos y mareas de caminantes apurados por llegar a sus sitios de trabajo.
El viernes pasado ocurrió lo mismo: los taxistas comenzaron a bloquear las vías desde la media noche y en una muestra de ineficiencia e incapacidad para tomar decisiones, la administración permitió que la mancha amarilla taponara los portales y las vías de Transmilenio, dejando a millones de bogotanos varados y a la ciudad paralizada en todos los aspectos.
Así las cosas, el viernes quedaron al desnudo varios lunares de la administración Garzón: la inseguridad, la movilidad, la permisividad y la incapacidad para elegir bien a su equipo de trabajo.
Es que resulta incomprensible que el Alcalde haya decidido hacer un revolcón en la estructura administrativa de la capital para concentrar varias dependencias en la Secretaría de Movilidad y haya cometido el desatino de nombrar para el cargo a una periodista, buena persona y muy carismática ante los medios, pero sin el menor conocimiento de un tema tan complejo como la movilidad de una ciudad de siete millones de habitantes.
Ese, señor Garzón, es un cargo técnico para el cual hay personas que han estudiado y tienen una amplia experiencia en el tema, y no es un puesto para la improvisación: ella puede manejar muy bien a sus colegas lambones de City Tv y a sus súbditos de Canal Capital… ella puede asesorarlo con acierto en el manejo de la pauta para que no le den tan duro, pero ni Armando Calle (el personaje creado para vender en los medios la mediocre reparación de las vías) lo salva de la crítica situación de movilidad que padece la capital.
De paso, si usted atiza el problema con permisos e indecisiones para que bloqueen la ciudad, pues la situación es negra, tan negra como ha sido su administración.