miércoles, 20 de junio de 2007

La cultura microondas

Por Jaime Restrepo. Director Sistema Atrabilioso

Todo lo queremos ya. Pareciera que los colombianos tuviéramos la certeza de que no amaneceremos al día siguiente y necesitáramos que lo que anhelamos, muchas veces sin hacer nada para lograrlo, aparezca de inmediato.

En algunos países ese hábito de la inmediatez se denomina la cultura del microondas y en Colombia, muy adaptados a nuestra realidad, la denominamos la cultura del narcotráfico.

Si alguien crea una empresa, en un año (y eso es mucho según algunos empresarios) tiene que ofrecer suficientes utilidades para adquirir el mejor carro, la casa más hermosa y el viaje mensual a uno de los tantos paraísos que tenemos en nuestra geografía, pues ellos consideran a Miami como las mejores playas del país.

Muchos jóvenes, recién egresados de la universidad, aspiran a los cargos más altos y que requieren mayor experiencia, y resultan frustrados ante el panorama de tener que escalar, paso a paso, en la pared muchas veces resbalosa de una carrera profesional.

Ante esto, esos mismos jóvenes buscan salidas rápidas para adquirir en semanas, lo que en un camino honrado les costaría años de esfuerzo y trabajo.
Una de las ciudades que se vio más afectada por la cultura del microondas (o del narcotráfico) fue Medellín: a finales de los 80 y principios de los 90, contratar a un joven por un salario mínimo en esa ciudad era una utopía: ¡qué va!... eso me lo gano con un “muñeco”*, decían mientras lanzaban la silla a cualquier parte y se retiraban indignados.

Los pocos jóvenes que sobrevivieron a esos turbulentos tiempos han sido la base para que esa sociedad, cuyo tejido estaba prácticamente destruido, lograra cohesionarse nuevamente y retomar la senda del trabajo como posibilidad y fórmula única para crecer y progresar.

Es que la cultura del microondas está íntimamente ligada con las frustraciones y la desesperanza que padecen varias generaciones: lo inmediato para esos jóvenes fue obtener una buena calificación para pasar la materia y no para adquirir conocimientos, emprender el camino de la competencia extrema, sumergirse en la mediocridad del desaliento y soñar con una revolución que, sin trabajar o a lo mejor en un cargo público, les otorgue rápidamente lo que con esfuerzo se hubieran tardado en conseguir mucho más tiempo.

Sin embargo, muchos colombianos siguen inmersos en la cultura del microondas, en especial cuando se trata de construir un capital: ¿para qué trabajar 20 años si llevando un cargamento de droga a su destino se consigue más? ¿Para qué trabajar y esforzarse si en un cargo oficial solo se necesita cumplir un horario (a lo sumo) y recibir una buena calificación del jefe para seguir recibiendo un salario que muchas veces no se merece?

Esa cultura del microondas es un cáncer que destroza al país, dejándolo prácticamente condenado a no tener un futuro, pues sin el esfuerzo de todos los colombianos para crear y producir, el país estará siempre con la Espada de Damocles sobre su cabeza.

*Persona asesinada por un sicario.

1 comentarios:

Atrabilioso dijo...

2 Comments:


At <$Comentarios$>, Julián Ortega Martínez

En general estoy de acuerdo contigo. Aunque lo de los empleados públicos es una generalización, creo que todos hemos padecido alguna vez la desidia y la ineficiencia de algunos de ellos, incluso, en mi caso, como contratista de una entidad pública.

La ineficiencia no es de la gente con la que trabajo -por suerte-, sino de la gente con la que toca lidiar para que libere los recursos (tesorería, presupuesto), los mismos que "joden" por cualquier trámite estúpido -a veces llenos de incoherencias entre sí- (pues la dirección para la que trabajo es la encargada de financiar, promover y evaluar los proyectos de investigación de la sede), que terminan afectando a los demás. Para que vean que no todos los empleados (o contratistas) públicos nos la pasamos mirándonos el ombligo y en cambio sí sufrimos por quienes sí lo hacen, entorpeciendo lo que hacemos.

Un saludo.


At <$Comentarios$>, Atrabilioso

NOTA DEL DIRECTOR PARA JULIÁN ORTEGA:
Hemos vivido experiencias distintas. En alguna oportunidad fui llamado a trabajar en una entidad oficial y había dinero para contratar personas (nómina paralela), para el conductor que llevaba a la directora al salón de belleza, para la gasolina del vehículo que la transportaba y que era necesario para desplazar las cámaras para el programa semanal, etc.
Pero a la hora de diagramar la revista o el periódico, o de imprimirlo, sencillamente no había presupuesto. El resultado: había un enorme equipo de periodistas, incluso un diseñador cuya ocupación es todavía un misterio para mi, pero lo que se trabajaba quedaba perdido en algún cajón, porque no había dinero. Por eso renuncié a ese cargo.
Otra situación de la que fui testigo eran los empleados públicos que llegaban a las 8 de la mañana, fumaban y tomaban tinto todo el día, hacían una o dos cositas, y después, cuando el reloj marcaba las 5 de la tarde, se empujaban para salir de su sitio de "trabajo".
Efectivamente es una generalización basada en experiencias.
Gracias por sus comentarios.